Apenas hubo dicho estas palabras, el desconocido desapareció. El rey Midas se frotó los ojos.
- Debo haber soñado -se dijo- , pero qué feliz sería si eso fuera cierto.
A la mañana siguiente el rey Midas despertó cuando las primeras luces aclararon el cielo. Extendió la mano y tocó las mantas. Nada sucedió.
- Sabía que no podía ser cierto -suspiró. En ese momento los primeros rayos del sol entraron por la ventana. Las mantas donde el rey Midas apoyaba la mano se convirtieron en oro puro-. ¡Es verdad! -exclamó con regocijo-. ¡Es verdad!
Se levantó y corrió por la habitación tocando todo. Su bata, sus pantuflas, los muebles, todo se convirtió en oro. Miró por la ventana, hacia el jardín de Caléndula.
- Le daré una grata sorpresa -dijo. Bajó al jardín, tocando todas las flores de Caléndula y transformándolas en oro-. Ella estará muy complacida -se dijo.
Regresó a su habitación para esperar el desayuno, y recogió el libro que leía la noche anterior, pero en cuanto lo tocó se convirtió en oro macizo.
- Ahora no puedo leer -dijo-, pero desde luego es mucho mejor que sea de oro.
Un criado entró con el desayuno del rey.
- Qué bien luce -dijo-. Ante todo quiero ese melocotón rojo y maduro.
Tomó el melocotón con la mano, pero antes que pudiera saborearlo se había convertido en una pepita de oro. El rey Midas lo dejó en la bandeja.
- Es muy bello, pero no puedo comerlo. -dijo. Levantó un panecillo, pero también se convirtió en oro-. ¿Qué haré? Tengo hambre y sed, y no puedo beber ni comer oro.
En ese momento se abrió la puerta y entró la pequeña Caléndula. Sollozaba amargamente, y traía en la mano una de sus rosas.
- ¿Qué sucede, hijita? -preguntó el rey.
- ¡Oh, padre! ¡Mira lo que ha pasado con mis rosas! ¡Están feas y rígidas!
- Pues son rosas de oro, niña. ¿No te parecen más bellas que antes?
- No -gimió la niña-, no tienen ese dulce olor. No crecerán más. Me gustan las rosas vivas.
- No importa -dijo el rey-, ahora come tu desayuno.
CONTINUARÁ...
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